La cohorte fue dejando atrás la intrincada espesura de Sierra Morena, un camino de ida sin que se tuviera certeza de regresar. De viejo, se contaba que la aspereza serrana estaba poblada por fantoches de una crueldad desmedida, mitad hombres y mitad espantajos, seres que perdían su origen en el pozo de los tiempos y en la desmemoria mitológica. Estaban los que llamaban hombres búho, que se decía eran vistos entre los farallones más rocosos y elevados, siempre atinela y prestos para atacar y despellejar al viajero despistado. Se les distinguía por el cerco de los ojos, pintado del color del cobre, y unos rayitos de azufre, a modo de astro solar. Eran cautos, silenciosos y crueles. De la misma manera, se contaba que había otros esperpentos que también poblaban la sierra, los hombres abubilla, tipejos que se adornaban con una cresta elevada y se alimentaban de la carroña humana que desechaban los primeros. Lo cierto es que, de unos y otros, no se tenía más referencia que las fábulas y cuentos que cantaban los más chismosos.
Y con aquellas quimeras entretenían la tertulia mientras sorteaban el macizo.
Al comienzo, peregrinaron por una orografía bastante escarpada, encrespada de tanto en tanto, que alternaba con anchuras colonizadas por prados y bosquetes de alcornoques, quejigos y madroñas, que eran sustituidos por melojos en las gélidas umbrías que miran al norte. Después, navegaron por lomas onduladas que parieron navas y viejas roturas ahora despobladas, por dehesas salpicadas de encinas centenarias, mastodontes arbóreos que se elevan al cielo serrano desde siempre. Finalmente, la tierra se manchó de negro y labró hondos barrancos que tuvieron que vadear por regatos imprevisibles y de aguas turbulentas, rompiendo manchones de jara interminables, una breña cerrada, inescrutable, agobiante. Salvaron la aspereza de Sierra Morena y se colaron en una ratonera.
Entorno de las "Tres Hermanas" y Cerro Caballero.
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