A casi una legua a levante del núcleo urbano de Baños de la Encina, a estribor del mesteño camino de Majavieja, el santuario ocupa pagos que se elevan 400 metros sobre el nivel del mar. Hoya éste buenas tierras del cuaternario que alternan, en el pie de monte, con toscas amarillas del mioceno, areniscas marinas con una antigüedad que supera los 8 millones de años y que dan cobijo, puntualmente, a interesantes colonias de corales fosilizados. Está situado en pleno olivar de campiña, en un extremo de la cubeta sedimentaria Baños-Bailén y junto a las primeras estribaciones de Sierra Morena. La cercana falla de Baños y la presencia de esporádicos diques de granito, como los Peñones de Chirite, le han proporcionado en diferentes periodos históricos generosos veneros de agua potable, como la fuente del Barranco del Pilar o el Pilar de la Virgen.
Aunque en su entorno hay vestigios de diversas épocas, como el fortín argárico de la Cuesta de los Santos o la fortificación tardo republicana del Cerro del Salcedo, la primera ocupación del espacio se corresponde con el Alto Imperio Romano. Los restos que rodean la ermita se identifican con una villa romana de considerable tamaño, hasta el punto de contar con sus propias termas y baños, zona urbana y agrícola y un buen número de enterramientos, características que la acercan a la muy próxima de la "Piscina de Guarromán". La vida de esta villa, que se extiende entre los siglos I d.C. y el V d.C., se renueva en los últimos estertores de la Edad Media, en el tránsito del siglo XIV al XV, cuando se conoce en el lugar la existencia de una pequeña parroquia dependiente del arciprestazgo de Baeza. Fueron ahora ocupadas de nuevo las antiguas dependencias romanas, con pequeñas remodelaciones, que seguirán siendo utilizadas como edificaciones anejas cuando ya se eleve el actual santuario del siglo XVII, extendiendo su ocupación hasta el XVIII.
El inmueble que hoy da forma al santuario se gesta en lo que actualmente se corresponde con el crucero y la cabecera de la iglesia, una gran mole cuadrada y almenada. En origen, antes de preñar la ermita primitiva, sería de un torreón de control del territorio, pues no en vano se eleva en un antiguo cruce estratégico. De una parte, ya desde época romana, por el lugar transitaba el camino romano que, desde Cástulo y por la cabecera del río Guadiel, llegaba al emplazamiento del santuario para, buscando el río Grande, tomar el camino de Oreto a través del "mojón de la legua", también llamado desde época medieval como camino de San Lorenzo; o continuar hacia el Cerro del Cueto y, a su vera, tomar el Camino de Sisapo por Valdeloshuertos y el Marquigüelo -también llamado desde el medievo “la Castellana”, “de la Plata” o del Hoyo-, para ascender a la otra vertiente de Sierra Morena, donde estuvo localizada ésta reconocida ciudad minera de época clásica.
A finales del siglo XIV el lugar recupera su antiguo vigor. Por una parte, en los documentos y crónicas del momento, el sitio de Baños aparece cada vez menor frecuencia como “castillo” y las más como “lugar”, lo que certifica que la población rebasa el muro de la fortaleza y comienza a madurar la aldea. Paralelamente, se producen los primeros pasos que llevarían a una profunda reorganización de la explotación agrícola del entonces término privativo de la incipiente aldea bañusca, proceso que tendría en la aparición mariana un revulsivo ideológico fundamental: estos pagos al sur de Sierra Morena, tradicionalmente dehesas de extremo invernal para los hatos trashumantes, comienzan a mudar a tierra de calma, para después iniciar un proceso pionero y sin opción de marcha atrás con la introducción masiva del olivar.
En el siglo XIII, con el Reino de Jaén definitivamente en manos castellanas, se organiza un complejo sistema territorial y viario que favorecerá el tránsito por el Camino Real que surcaba el macizo del Muradal y La Losa. Se recuperan viejos caminos y se edifican o reedifican espacios de control y defensa del camino, así como lugares donde los viajeros pudieran hospedarse. El ejemplo más significativo son las llamadas “Casas Reales” mandadas construir por Fernando III y construidas mayormente durante el reinado de su hijo Alfonso X. Venían a ser verdaderas “área de servicio” que contaban con todo tipo de avituallamiento: lugar de venta y posada, una pequeña ermita y un inmueble que hacía las veces de fortín, control y defensa. Las más significativas en nuestro entorno fueron las de la Venta de Palacios, ubicada en el actual emplazamiento del pueblo de Santa Elena, y la de Zocueca (Guarromán), génesis del actual santuario. La Virgen de la Encina siguió, un siglo después, este modelo, pariendo un nuevo lugar de posta y vigilancia. De ese momento, finales del XIV, sólo queda el torreón transformado en crucero del santuario. Las obras posteriores, tanto las del siglo XVII como las del XVIII adaptaron el torreón pero borraron toda huella del resto de dependencias.
Ya en época moderna, como heredero de aquellos trajines, el lugar intensifica su papel como posta del Camino Real, que ahora salta el macizo por Puerto del Rey y une la llanura manchega con el Alto Guadalquivir casi en todo momento por pagos de Baños de la Encina.
La documentación más antigua que hace referencia a la existencia del Santuario data del año 1466, concretamente en la Crónica "Hechos del Condestable Don Miguel Lucas de Iranzo", donde se habla del Santuario de la Virgen al relatar las luchas entre el Condestable de Castilla y los Maestres de las Órdenes Militares, don Pedro Girón (Calatrava) y don Juan Pacheco (Santiago): "Y llegando a Señora Santa María del Enzina, que es a media legua de Baños, fallaron ay dos batallas de cavalleros en que avria tresçientos roçines e larga gente de a pié de las çibdades de Jahen e Andujar, quel señor Condestable les avia enviado en socorro…"
El libro "Fundaciones de Úbeda", obra del siglo XVII, también nos aporta información del lugar "… Al norte de Bailén, a una legua de distancia está Baños; tiene una Parroquial antigua dedicada a Nuestra Señora y la moderna de San Mateo. La Ermita de la Señora que llaman de la Encina por haberse hallado su Santa Imagen en el hueco de una encina, es antiquísima, assí la Santa Imagen como la Ermita y de mucha devoción por quien ha obrado la Magestad de Dios muchas maravillas. Por haber desacatado y maltratado Moros en una entrada que hicieron en esta Santa Casa, un caballero llamado Sancho Vizcaíno la reparó y trajo Bula de Indulgencia para los que ayudasen con sus limosnas para su reparo y ornato. Créese que estaba enterrado en esta Ermita en un sepulcro de mármol blanco que en ella se halló y descubrió cuando se abrieron las zanjas para el edificio nuevo que se ha hecho. Hay también en esta Villa las Ermitas siguientes: De Santo Domingo, de San Sebastián, San Ildefonso, Santa Olalla y el humilladero del Santo Xpt ".
También encontramos referencias en 1605, en la escritura de fundación de la Capellanía establecida el 3 de agosto por don Diego Galindo en la parroquial de Baños, donde hace referencia al santuario antiguo, pues esta fecha es anterior a la gran remodelación de 1622 que caracteriza la ermita que hoy podemos apreciar.
Por último, don Martín Ximena Jurado, racionero de la catedral de Toledo, escribió y publicó en 1652 la obra "Catálogo de Obispos de las Iglesias Catedrales de la Diócesis de Jaén y Anales Eclesiásticos deste Obispado", donde nos habla de las iglesias de Baños mencionando el santuario de la Virgen de la Encina, pero sin citar la ermita de Jesús del Llano, pues esta magna obra aún no se había realizado.
En líneas generales, se trata de una ermita de planta basilical y cuatro tramos de nave que cierra mediante bóveda de cañón falsa decorada con estucos, quedando marcada la división de los tramos por arcos fajones que dan solidez a la estructura arquitectónica de la construcción (en uno de ellos, el que da paso al crucero, aparece el escudo de la villa). Dichos tramos de bóveda se decoran con motivos geométricos y clave central con motivo vegetal. La nave se abre a tres capillas embutidas en el muro, que no se muestran al exterior, en el lado de la Epístola, y cuatro en el flanco del Evangelio. Unas y otras denotan el simplismo decorativo del primer barroco, de comienzos del siglo XVII.
A los pies de la ermita nos recibe un coro elevado abierto al interior por medio de una balaustrada en madera y a su vez cubierto por una bóveda vaída. En su cabecera, el presbítero, situado en alto respecto del nivel de la nave, toma el crucero cubierto por cúpula de media naranja decorada con la estructura geométrica típica del momento. En realidad se trata de una falsa bóveda que cierra mediante aproximación de hileras de ladrillo y remata con una linterna sin iluminación natural. Este tramo se corresponde con el viejo torreón, como aún nos dejan entrever los merlones que asoman al olivar ocultando las formas exteriores del cerramiento.
Desde el presbítero se accede al púlpito, que está sostenido por balaustre de jaspe y realizado en madera. En la parte central se abre un arco de medio punto que, hasta la Guerra, acogió un bello retablo que ofrecía una visión parcial y alegórica del camarín de la Virgen de la Encina. A éste se accede por medio de una escalera lateral que amplía y complica simbólicamente el camino hacia el recinto que cobija la imagen, situado por tanto a mayor altura que el resto de la construcción.
Este camarín, obra más que destacable de la ermita, cierra con cúpula sobre pechinas realizada en estuco pintado y con predominio del color dorado. La decoración se hace a base de motivos de rocalla, estípites y angelotes, junto con decoración de piñas y rosas, haciendo alegoría directa a la expresión mariana del barroco y representando simbólicamente los atributos que de la Virgen María se popularizaron en las Letanías Lauretanas durante el siglo XVI por toda Europa. De esta forma se cubre la base ideológica de la Contrarreforma, como fusión de todos los elementos plásticos con el espacio al servicio de una idea o significado principal. La decoración en yesería da a la obra ese carácter de lugar mistérico por excelencia para guardar la imagen venerada, vista y presentida a distancia que incita al contacto, a la visión próxima. Tal acumulación de motivos, unos simbólicos, haciendo referencia a los planteamientos de la Contrarreforma, y otros puramente decorativos, tienen como última justificación crear un espacio ilusorio donde la estructura se tiende a borrar, a dramatizar, y con ella el sentido de las proporciones. De esta forma las claves del Barroco, naturalismo y abstracción, se funden indisolublemente en este espacio.
Formando parte de la tipología de camarines-ocultos y vinculado al retablo camarín, su característica más importante es la de su enmascaramiento. Elevado a comienzos del siglo XVIII, aún se caracteriza por una cierta simplicidad y el dominio de los decorados naturales, sin llegar al recargamiento que presenta su vecino de Jesús del Llano, que ya corteja postulados del “horror vacui” que tanto caracterizará al barroco más avanzado.
Respecto al exterior, su fachada se define centralizada a partir de un arco de medio punto cuya clave nos marca la fecha de 1622, entre pilastras adosadas, y circunscrito superiormente por un entablamento liso. Sobre éste se sitúa una hornacina de arco de medio punto entre pilastras adosadas, rematada superiormente por un frontón, limitado en sus extremos y parte central por pináculos. Por encima y estructurando la fachada, un entablamento de canes que da paso en su parte superior a una espadaña formado por tres arcos de medio punto, dos inferiores separados por una cornisa del superior que cierra con frontón.
En el lateral izquierdo de la nave principal destaca la presencia de dos macizos contrafuertes mientras que, en la cabecera y externamente, se acoplan a ésta cuatro estructuras bien diferenciadas:
- La mole del viejo torreón.
- Una estructura de planta cuadrada elevada con sillares de buen corte y adosada a la anterior por su parte trasera. Contiene el camarín de la Virgen de la Encina.
- Un pequeño habitáculo rectangular adosado a la estructura del crucero, donde se sitúa la escalera de acceso al camarín, en sillar de buena piedra.
- En el lateral derecho se encuentra adosada la sacristía que, como la gran casa de santeros, fue elevada con la bonanza económica de las primeras décadas del siglo XVIII, posiblemente durante el mismo periodo que el camarín y la ermita actual del vecino Jesús del Camino.
Con seguridad, la fundación del torreón a finales del XIV llevó parejo la edificación casi inmediata de una pequeña ermita bajo la advocación de la Virgen y a la corta sombra de una encina joven e impetuosa. Adosado a la estructura defensiva, quizá también fiscal –cobro de la roda-, y consagrando el lugar, un pequeño inmueble, con certeza en la línea de las pequeñas y achaparradas iglesias gótico mudéjares de una sola nave, cerraba en cubierta armada en par y nudillo. Los contrafuertes, embutidos en la nave, preñaban unas pequeñas capillas, germen de las actuales. La posterior elevación de la nave obligó a edificar estos dos rudos y corpulentos elementos del lateral siniestro, compensando así la nueva situación estructural
Puede que este relato sobre Santuario del Cabezo nos haga de "migajas" para llegar a buen puerto:
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