posá la cestería
horneamos experiencias
lunes, 25 de mayo de 2020
jueves, 14 de mayo de 2020
Inventando en la Posá
Peleando con la triste situación en la que nos encontramos, y por no estar en la Posá mano con mano, hemos aprovechado para fabricar una serie de cajas que nos permitirán guardar folletos de los servicios del pueblo y su entorno, así como información sobre la historia y tradiciones culturales del municipio, y que, por otra parte, sean soporte de tableros relacionados con juegos de honda raíz histórica, ¡¡¡hay quién los lleva hasta el Neolítico!!!
De entre ellos, destaca el llamado alquerque de doce. La versión local de este entretenimiento, conocida como juego de los lobos, fue muy popular hasta los años 60/70 del siglo pasado y dejó alguna que otra huella en las piedras de las casonas de nuestro pueblo, lo que posiblemente permite remontar la presencia en la localidad a la mismísima Baja Edad Media y de la mano de los ganaderos trashumantes.
Otro juego, no menos interesante y de amplio recorrido popular, es el alquerque de tres, las tres en raya, para entendernos, para cuyo tablero hemos utilizado el fondo de la cajita que acoge las piezas de los lobos: 20 ovejas de blanco cuarzo local y dos lobos, aprovechando lo que quedaba de las asas de un cántaro y una cantarica recogidos en el entorno de la fuente Cayetana.
Las piezas son chinos del Arroyo Andújar, de su desembocadura en el Rumblar.
Menos conocido, pero de honda raíz local, es el alquerque de nueve o nueve en raya. El tablero, a modo de tapadera de la cajita para folletos, fue un regalo de la gente del Ecomuseo del Río Caicena, en Almedinilla (Córdoba). En este caso las piezas, nueve por contrincante, las unas son de caliza, procedentes de la Subbética Cordobesa, y las otras de pizarra local.
Por último, para dar acogida a diferentes juegos más comunes, como ajedrez, damas, dados... y los monos, para los más pequeños, nos hemos enjaretado un cajón cuya tapa, reutilizando un antiguo lavadero, hace las veces de tablero de las damas españolas. Y con sempiterna presencia, la flor de cuatro pétalos del castillo de Baños.
Sobre los alquerques y el juego de los lobos se puede obtener más información en los siguientes enlaces:
Una joya de tablero
El juego de los lobos en Baños de la Encina
Estudio sobre los alquerques, Baños de la Encina
¿Quieres saber más sobre estos juegos y su presencia en la localidad? En la Cestería te lo contamos...
De entre ellos, destaca el llamado alquerque de doce. La versión local de este entretenimiento, conocida como juego de los lobos, fue muy popular hasta los años 60/70 del siglo pasado y dejó alguna que otra huella en las piedras de las casonas de nuestro pueblo, lo que posiblemente permite remontar la presencia en la localidad a la mismísima Baja Edad Media y de la mano de los ganaderos trashumantes.
Otro juego, no menos interesante y de amplio recorrido popular, es el alquerque de tres, las tres en raya, para entendernos, para cuyo tablero hemos utilizado el fondo de la cajita que acoge las piezas de los lobos: 20 ovejas de blanco cuarzo local y dos lobos, aprovechando lo que quedaba de las asas de un cántaro y una cantarica recogidos en el entorno de la fuente Cayetana.
Las piezas son chinos del Arroyo Andújar, de su desembocadura en el Rumblar.
Menos conocido, pero de honda raíz local, es el alquerque de nueve o nueve en raya. El tablero, a modo de tapadera de la cajita para folletos, fue un regalo de la gente del Ecomuseo del Río Caicena, en Almedinilla (Córdoba). En este caso las piezas, nueve por contrincante, las unas son de caliza, procedentes de la Subbética Cordobesa, y las otras de pizarra local.
Por último, para dar acogida a diferentes juegos más comunes, como ajedrez, damas, dados... y los monos, para los más pequeños, nos hemos enjaretado un cajón cuya tapa, reutilizando un antiguo lavadero, hace las veces de tablero de las damas españolas. Y con sempiterna presencia, la flor de cuatro pétalos del castillo de Baños.
Sobre los alquerques y el juego de los lobos se puede obtener más información en los siguientes enlaces:
Una joya de tablero
El juego de los lobos en Baños de la Encina
Estudio sobre los alquerques, Baños de la Encina
¿Quieres saber más sobre estos juegos y su presencia en la localidad? En la Cestería te lo contamos...
martes, 12 de mayo de 2020
En las entrañas de Sierra Morena...
... o de un paseo por la cañada ganadera que une Baños de la Encina con la llanura manchega a través del viejo poblado minero de El Centenillo.
La cohorte fue dejando atrás la intrincada espesura de Sierra Morena, un camino de ida sin que se tuviera certeza de regresar. De viejo, se contaba que la aspereza serrana estaba poblada por fantoches de una crueldad desmedida, mitad hombres y mitad espantajos, seres que perdían su origen en el pozo de los tiempos y en la desmemoria mitológica. Estaban los que llamaban hombres búho, que se decía eran vistos entre los farallones más rocosos y elevados, siempre atinela y prestos para atacar y despellejar al viajero despistado. Se les distinguía por el cerco de los ojos, pintado del color del cobre, y unos rayitos de azufre, a modo de astro solar. Eran cautos, silenciosos y crueles. De la misma manera, se contaba que había otros esperpentos que también poblaban la sierra, los hombres abubilla, tipejos que se adornaban con una cresta elevada y se alimentaban de la carroña humana que desechaban los primeros. Lo cierto es que, de unos y otros, no se tenía más referencia que las fábulas y cuentos que cantaban los más chismosos.
Y con aquellas quimeras entretenían la tertulia mientras sorteaban el macizo.
Al comienzo, peregrinaron por una orografía bastante escarpada, encrespada de tanto en tanto, que alternaba con anchuras colonizadas por prados y bosquetes de alcornoques, quejigos y madroñas, que eran sustituidos por melojos en las gélidas umbrías que miran al norte. Después, navegaron por lomas onduladas que parieron navas y viejas roturas ahora despobladas, por dehesas salpicadas de encinas centenarias, mastodontes arbóreos que se elevan al cielo serrano desde siempre. Finalmente, la tierra se manchó de negro y labró hondos barrancos que tuvieron que vadear por regatos imprevisibles y de aguas turbulentas, rompiendo manchones de jara interminables, una breña cerrada, inescrutable, agobiante. Salvaron la aspereza de Sierra Morena y se colaron en una ratonera.
Entorno de las "Tres Hermanas" y Cerro Caballero.
viernes, 21 de octubre de 2016
Sobre la Cestería y los orígenes urbanos de Baños de la Encina
Dicen de la calle Conquista, aunque de viejo llamada
Cestería, que es la más antigua del pueblo de Baños de la Encina. Y seguro que
así es, aunque también podría decirse lo mismo de sus vecinas, Santa María del
Cueto, una decena de metros por encima de ella, a la vera del Castillo, y
Huérfanos, en el escalón inferior.
De viales como los que nos traen a cuenta, cuesta discernir
su origen. La sencillez de los materiales con los que se elevan sus casas son
partícipes activos de esta cuestión, pero también ayudan a diferenciar, como
aquí es el caso, que hay dos momentos distanciados en el tiempo en los que se edifican
los casuchines y casonas que dan forma a la calle.
Se trata de una calle de traza fácil y solería de piedra, a
pie llano, que, encorsetada entre paredes, se deja llevar por la curva de nivel
que dibuja la parte media del Cerro del Cueto. Es cierto, es estrecha, pero no,
no parece, como tampoco sus vecinas, que tenga un origen árabe. Entre otros
factores, no tiene nada de laberíntica y los adarves brillan por su ausencia.
A esclarecer esta cuestión ayuda el padrón de vecinos de la
“villa y tierra” de Baeza (1407), el primero, al menos que se conozca, donde se
plasma la cuantía, rango social y dedicación del vecindario del lugar y
castillo de Baños. Es significativo que a comienzos del siglo XV todos ellos,
sin excepción, tengan como oficio principal la milicia, ya sean lanceros (59) o
ballesteros (29). Complementariamente, alguno de ellos faena con la herrería
(dos), oficio más que necesario por aquellos años, tanto en lo doméstico como
en la milicia; mientras que cuatro cabezas de familia se dedican a menesteres
que podemos entender como “ganaderos”, dos ejercen como pastores y otros tantos
desempeñan su labor como colmeneros. De los que pudieran dedicarse a labores
agrícolas nada se dice.
Paralelamente, se hace mención del alcalde y del jurado,
cargos elegidos anualmente en asamblea vecinal de entre todos los encastillados;
también se habla de un escribano y de un necesario clérigo. Doce son viejos
“inútiles”, uno de ellos antiguo pastor, padre y abuelo de vástagos que siguen
la tradición.
El perfil social del padrón nos describe con precisión que
el lugar de Baños se desenvuelve, por entonces y con protagonismo, en una
economía bélica donde no tienen lugar campesinos y hortelanos. En caso de
asalto y siendo necesario replegarse al interior del castillo, personas y
bestias no encontrarían problema, los campos de cultivo, de haberlos, hubieran sido
cotidianamente “tierra quemada”. El grano, pese a ello, no faltaba, pues como
era de lógica el castillo, en tierra de realengo, era abastecido por la corona.
Con todo lo mencionado sobre demografía y economía, los
indicios son que la población no salta las murallas de la fortaleza y derrama
su hábitat por el Cerro del Cueto hasta bien avanzado el siglo XV, posiblemente
en su último tercio, con la tenencia del castillo en manos de Juan de Ayala y
los Sánchez Carvajal, padre e hijo, que le sucederían en la alcaidía. En
definitiva, la dispersión urbana fuera del castillo no se produce hasta que no
se consolidan en el poder de los Reyes Católicos, no se pacifican las tierras
del alto Guadalquivir y se derriban los muros del alcázar de Baeza, entre otras
plazas fuertes.
A título local, son momentos de reorganización económica. El
papel militar de la fortaleza cae a mínimos mientras que, paralelamente, el
regimiento local, en manos de los nuevos “legados” de la Corona, ahondan en el
desarrollo de quehaceres económicos hasta entonces aletargados que abastecerían
de “dineros” las arcas del lugar de Baños, favoreciendo así su crecimiento demográfico
y urbano: en 1588 el número de vecinos había aumentado hasta 340.
El pistoletazo de salida lo supondría el documento firmado
en Santa Fe por los Reyes Católicos (1492), que permitía el cobro de “roda” en
el “puerto” de Baños.
A éste se uniría muy el interés que la Corona tenía porque
la cabaña serrana trashumante pudiera hibernar en los pastos de Sierra Morena, disputa
que venía de largo y que tenía como contendientes al Honrado Concejo de la
Mesta y el Concejo de Baeza. Carlos V finiquitaría el enfrentamiento dado visto
bueno a los ganados de extremo. Con éstas, la dehesa pública de la Navamorquina,
su arrendamiento, vendría a engrosar también las arcas locales.
Finalmente, la roturación del valle, que permitiría muy
temprano un interesante desarrollo del olivar, vendría a refrendar la bonanza
económica que alcanzan los pecheros locales. Así lo dejan entrever, a lo largo
de la segunda mitad del siglo XVI, la multiplicación de los permisos de deslinde
de solares públicos destinados a la edificación de molinos almazaras
Al tufo de uno economía que comenzaba a ser boyante ya en
las postrimerías del siglo XV, arribaron nuevos vecinos que, a modo de arrabal,
se fueron instalando en los escalones que se despliegan bajo el castillo,
escarpas que ayudaron en su día en la defensa del castillo. De origen poco
definido, recuerdan la vieja urbanística argárica.
Sería esta nueva población la que se instalaría en la calle que
nos trae, sólo en su margen superior, dando lugar a casuchines en pendiente,
minúsculos, levantados con piedra descompuesta, barro y tapial, a la sombra de
un pueblo que crecía rápidamente, que se apropiaría en breve del vado de la
plaza y tendría como emblemas representativos la Casa Consistorial y la iglesia gótica.
Un siglo después, los cantones de siembra para verde, huerto
y estercoleros que se desplegaba por la margen inferior, proceso urbanístico
que nos recuerda lo que ocurrió también en otros pueblos de la “tierra” de
Baeza, como es Jabalquinto, fueron ocupados por las casonas levantadas con
sillares de los pecheros que protagonizarían el surgir de la villa durante toda
la Edad Moderna. El resultado fue que una calle en principio abierta a levante,
acabó apretada entre los muros de dos momentos históricos de vertiginosa
evolución.
Pero esto ya son otras cuentas y otros milagros.
martes, 18 de octubre de 2016
De clérigos de armas tomar y otras cosas de la calle del Potro, Baños de la Encina
…
Hubo, además, más casos de muerte por arma de fuego en la
villa. Los Mármol Galindo estuvieron relacionados con dos casos más. En uno de
ellos aparece Juan del Mármol Galindo como víctima de un carabinazo, obra de un
recaudador de “millones”. Un año antes Gregorio del Mármol Galindo, clérigo de
Epístola estuvo implicado en la muerte de un vecino:
“De dos alcabuzazos,
en esta villa en la calle que llaman del Potro, como a ora de las una del día
poco, más o menos.”
Las espadas y estoques eran también armas mortíferas, La
falta de alumbrado público, carencia propia de la época, hacia que la noche
fuese un momento apropiado para llevar a cabo venganzas y encerronas. En enero
de 1680, hacia las tres de la madrugada, murió a estocadas Pedro García,
también en la calle del Potro.
…
En los inventarios del siglo XVII y primer tercio del XVIII,
aproximadamente, aparecen frecuentemente las espadas, poco aptas para
defenderse en despoblado, así como las dagas, En el ámbito de la sierra las
armas de fuego eran más apropiadas para repeler un posible asalto.
Particularmente las armas cortas. El prior de la iglesia parroquial de Baños,
Dr. Don Melchor Blanca de la Cueva poseía:
“Una pistola de cuatro cuartas de largo de cañón, con sus
volsos para la munición y una taleguilla para la pólvora… para postas. Así como
otros utensilios para ésta.
Un pistolete pequeño.
Un cuchillo de monte grande y otro pequeño, ambos en la
misma vaina.
La espada de mis abuelos que es de estima por ser de Vilbau,
de las viejas y de marca, ésta ba de mayor a mayor (de primogénito en
primogénito).”
No hay duda de que el mencionado clérigo estaba bien
pertrechado ante cualquier eventualidad.
…
Autor fotografías: Antonio Antolín y José María Cantarero
lunes, 17 de octubre de 2016
Dehesa de Burguillos
El espacio cuenta con varias rutas de senderismo señalizadas, en total seis, que permiten conocer su flora, fauna, ecosistemas y sus espectaculares paisajes, llenos de contrastes y belleza, que le harán disfrutar de la Naturaleza en todo su esplendor.
Las rutas oscilan entre los 2 y 11km, siendo su dificultad media-baja, por lo que cualquier persona puede realizarlas sin que sea necesario poseer una gran preparación física. Se pueden entrelazar entre ellas y recorrer hasta 20km de senderos.
De forma cotidiana, la guardería del lugar organiza rutas guiadas que permiten conocer los tesoros más ocultos del espacio: setas, orquídeas, reptiles y anfibios, seguimiento de huellas, observación de rapaces, etc.
No menos interesante es el patrimonio etnográfico que guarda la Dehesa de Burguillos, pues junto a los viejos molinos que esconde el río Rumblar, podemos enumerar las trincheras excavadas durante la Guerra Civil o los restos de caleras, torrucas y torreones del Cerro de las Canteras, monticulo elevado sobre la falla que domina el antiguo paso del Camino Real de Sevilla
http://www.andalucia.org/es/espacios-naturales/otros-enclaves-naturales/dehesa-de-burguillos/
Santuario de Nuestra Señora de la Encina
A casi una legua a levante del núcleo urbano de Baños de la Encina, a estribor del mesteño camino de Majavieja, el santuario ocupa pagos que se elevan 400 metros sobre el nivel del mar. Hoya éste buenas tierras del cuaternario que alternan, en el pie de monte, con toscas amarillas del mioceno, areniscas marinas con una antigüedad que supera los 8 millones de años y que dan cobijo, puntualmente, a interesantes colonias de corales fosilizados. Está situado en pleno olivar de campiña, en un extremo de la cubeta sedimentaria Baños-Bailén y junto a las primeras estribaciones de Sierra Morena. La cercana falla de Baños y la presencia de esporádicos diques de granito, como los Peñones de Chirite, le han proporcionado en diferentes periodos históricos generosos veneros de agua potable, como la fuente del Barranco del Pilar o el Pilar de la Virgen.
Aunque en su entorno hay vestigios de diversas épocas, como el fortín argárico de la Cuesta de los Santos o la fortificación tardo republicana del Cerro del Salcedo, la primera ocupación del espacio se corresponde con el Alto Imperio Romano. Los restos que rodean la ermita se identifican con una villa romana de considerable tamaño, hasta el punto de contar con sus propias termas y baños, zona urbana y agrícola y un buen número de enterramientos, características que la acercan a la muy próxima de la "Piscina de Guarromán". La vida de esta villa, que se extiende entre los siglos I d.C. y el V d.C., se renueva en los últimos estertores de la Edad Media, en el tránsito del siglo XIV al XV, cuando se conoce en el lugar la existencia de una pequeña parroquia dependiente del arciprestazgo de Baeza. Fueron ahora ocupadas de nuevo las antiguas dependencias romanas, con pequeñas remodelaciones, que seguirán siendo utilizadas como edificaciones anejas cuando ya se eleve el actual santuario del siglo XVII, extendiendo su ocupación hasta el XVIII.
El inmueble que hoy da forma al santuario se gesta en lo que actualmente se corresponde con el crucero y la cabecera de la iglesia, una gran mole cuadrada y almenada. En origen, antes de preñar la ermita primitiva, sería de un torreón de control del territorio, pues no en vano se eleva en un antiguo cruce estratégico. De una parte, ya desde época romana, por el lugar transitaba el camino romano que, desde Cástulo y por la cabecera del río Guadiel, llegaba al emplazamiento del santuario para, buscando el río Grande, tomar el camino de Oreto a través del "mojón de la legua", también llamado desde época medieval como camino de San Lorenzo; o continuar hacia el Cerro del Cueto y, a su vera, tomar el Camino de Sisapo por Valdeloshuertos y el Marquigüelo -también llamado desde el medievo “la Castellana”, “de la Plata” o del Hoyo-, para ascender a la otra vertiente de Sierra Morena, donde estuvo localizada ésta reconocida ciudad minera de época clásica.
A finales del siglo XIV el lugar recupera su antiguo vigor. Por una parte, en los documentos y crónicas del momento, el sitio de Baños aparece cada vez menor frecuencia como “castillo” y las más como “lugar”, lo que certifica que la población rebasa el muro de la fortaleza y comienza a madurar la aldea. Paralelamente, se producen los primeros pasos que llevarían a una profunda reorganización de la explotación agrícola del entonces término privativo de la incipiente aldea bañusca, proceso que tendría en la aparición mariana un revulsivo ideológico fundamental: estos pagos al sur de Sierra Morena, tradicionalmente dehesas de extremo invernal para los hatos trashumantes, comienzan a mudar a tierra de calma, para después iniciar un proceso pionero y sin opción de marcha atrás con la introducción masiva del olivar.
En el siglo XIII, con el Reino de Jaén definitivamente en manos castellanas, se organiza un complejo sistema territorial y viario que favorecerá el tránsito por el Camino Real que surcaba el macizo del Muradal y La Losa. Se recuperan viejos caminos y se edifican o reedifican espacios de control y defensa del camino, así como lugares donde los viajeros pudieran hospedarse. El ejemplo más significativo son las llamadas “Casas Reales” mandadas construir por Fernando III y construidas mayormente durante el reinado de su hijo Alfonso X. Venían a ser verdaderas “área de servicio” que contaban con todo tipo de avituallamiento: lugar de venta y posada, una pequeña ermita y un inmueble que hacía las veces de fortín, control y defensa. Las más significativas en nuestro entorno fueron las de la Venta de Palacios, ubicada en el actual emplazamiento del pueblo de Santa Elena, y la de Zocueca (Guarromán), génesis del actual santuario. La Virgen de la Encina siguió, un siglo después, este modelo, pariendo un nuevo lugar de posta y vigilancia. De ese momento, finales del XIV, sólo queda el torreón transformado en crucero del santuario. Las obras posteriores, tanto las del siglo XVII como las del XVIII adaptaron el torreón pero borraron toda huella del resto de dependencias.
Ya en época moderna, como heredero de aquellos trajines, el lugar intensifica su papel como posta del Camino Real, que ahora salta el macizo por Puerto del Rey y une la llanura manchega con el Alto Guadalquivir casi en todo momento por pagos de Baños de la Encina.
La documentación más antigua que hace referencia a la existencia del Santuario data del año 1466, concretamente en la Crónica "Hechos del Condestable Don Miguel Lucas de Iranzo", donde se habla del Santuario de la Virgen al relatar las luchas entre el Condestable de Castilla y los Maestres de las Órdenes Militares, don Pedro Girón (Calatrava) y don Juan Pacheco (Santiago): "Y llegando a Señora Santa María del Enzina, que es a media legua de Baños, fallaron ay dos batallas de cavalleros en que avria tresçientos roçines e larga gente de a pié de las çibdades de Jahen e Andujar, quel señor Condestable les avia enviado en socorro…"
El libro "Fundaciones de Úbeda", obra del siglo XVII, también nos aporta información del lugar "… Al norte de Bailén, a una legua de distancia está Baños; tiene una Parroquial antigua dedicada a Nuestra Señora y la moderna de San Mateo. La Ermita de la Señora que llaman de la Encina por haberse hallado su Santa Imagen en el hueco de una encina, es antiquísima, assí la Santa Imagen como la Ermita y de mucha devoción por quien ha obrado la Magestad de Dios muchas maravillas. Por haber desacatado y maltratado Moros en una entrada que hicieron en esta Santa Casa, un caballero llamado Sancho Vizcaíno la reparó y trajo Bula de Indulgencia para los que ayudasen con sus limosnas para su reparo y ornato. Créese que estaba enterrado en esta Ermita en un sepulcro de mármol blanco que en ella se halló y descubrió cuando se abrieron las zanjas para el edificio nuevo que se ha hecho. Hay también en esta Villa las Ermitas siguientes: De Santo Domingo, de San Sebastián, San Ildefonso, Santa Olalla y el humilladero del Santo Xpt ".
También encontramos referencias en 1605, en la escritura de fundación de la Capellanía establecida el 3 de agosto por don Diego Galindo en la parroquial de Baños, donde hace referencia al santuario antiguo, pues esta fecha es anterior a la gran remodelación de 1622 que caracteriza la ermita que hoy podemos apreciar.
Por último, don Martín Ximena Jurado, racionero de la catedral de Toledo, escribió y publicó en 1652 la obra "Catálogo de Obispos de las Iglesias Catedrales de la Diócesis de Jaén y Anales Eclesiásticos deste Obispado", donde nos habla de las iglesias de Baños mencionando el santuario de la Virgen de la Encina, pero sin citar la ermita de Jesús del Llano, pues esta magna obra aún no se había realizado.
En líneas generales, se trata de una ermita de planta basilical y cuatro tramos de nave que cierra mediante bóveda de cañón falsa decorada con estucos, quedando marcada la división de los tramos por arcos fajones que dan solidez a la estructura arquitectónica de la construcción (en uno de ellos, el que da paso al crucero, aparece el escudo de la villa). Dichos tramos de bóveda se decoran con motivos geométricos y clave central con motivo vegetal. La nave se abre a tres capillas embutidas en el muro, que no se muestran al exterior, en el lado de la Epístola, y cuatro en el flanco del Evangelio. Unas y otras denotan el simplismo decorativo del primer barroco, de comienzos del siglo XVII.
A los pies de la ermita nos recibe un coro elevado abierto al interior por medio de una balaustrada en madera y a su vez cubierto por una bóveda vaída. En su cabecera, el presbítero, situado en alto respecto del nivel de la nave, toma el crucero cubierto por cúpula de media naranja decorada con la estructura geométrica típica del momento. En realidad se trata de una falsa bóveda que cierra mediante aproximación de hileras de ladrillo y remata con una linterna sin iluminación natural. Este tramo se corresponde con el viejo torreón, como aún nos dejan entrever los merlones que asoman al olivar ocultando las formas exteriores del cerramiento.
Desde el presbítero se accede al púlpito, que está sostenido por balaustre de jaspe y realizado en madera. En la parte central se abre un arco de medio punto que, hasta la Guerra, acogió un bello retablo que ofrecía una visión parcial y alegórica del camarín de la Virgen de la Encina. A éste se accede por medio de una escalera lateral que amplía y complica simbólicamente el camino hacia el recinto que cobija la imagen, situado por tanto a mayor altura que el resto de la construcción.
Este camarín, obra más que destacable de la ermita, cierra con cúpula sobre pechinas realizada en estuco pintado y con predominio del color dorado. La decoración se hace a base de motivos de rocalla, estípites y angelotes, junto con decoración de piñas y rosas, haciendo alegoría directa a la expresión mariana del barroco y representando simbólicamente los atributos que de la Virgen María se popularizaron en las Letanías Lauretanas durante el siglo XVI por toda Europa. De esta forma se cubre la base ideológica de la Contrarreforma, como fusión de todos los elementos plásticos con el espacio al servicio de una idea o significado principal. La decoración en yesería da a la obra ese carácter de lugar mistérico por excelencia para guardar la imagen venerada, vista y presentida a distancia que incita al contacto, a la visión próxima. Tal acumulación de motivos, unos simbólicos, haciendo referencia a los planteamientos de la Contrarreforma, y otros puramente decorativos, tienen como última justificación crear un espacio ilusorio donde la estructura se tiende a borrar, a dramatizar, y con ella el sentido de las proporciones. De esta forma las claves del Barroco, naturalismo y abstracción, se funden indisolublemente en este espacio.
Formando parte de la tipología de camarines-ocultos y vinculado al retablo camarín, su característica más importante es la de su enmascaramiento. Elevado a comienzos del siglo XVIII, aún se caracteriza por una cierta simplicidad y el dominio de los decorados naturales, sin llegar al recargamiento que presenta su vecino de Jesús del Llano, que ya corteja postulados del “horror vacui” que tanto caracterizará al barroco más avanzado.
Respecto al exterior, su fachada se define centralizada a partir de un arco de medio punto cuya clave nos marca la fecha de 1622, entre pilastras adosadas, y circunscrito superiormente por un entablamento liso. Sobre éste se sitúa una hornacina de arco de medio punto entre pilastras adosadas, rematada superiormente por un frontón, limitado en sus extremos y parte central por pináculos. Por encima y estructurando la fachada, un entablamento de canes que da paso en su parte superior a una espadaña formado por tres arcos de medio punto, dos inferiores separados por una cornisa del superior que cierra con frontón.
En el lateral izquierdo de la nave principal destaca la presencia de dos macizos contrafuertes mientras que, en la cabecera y externamente, se acoplan a ésta cuatro estructuras bien diferenciadas:
- La mole del viejo torreón.
- Una estructura de planta cuadrada elevada con sillares de buen corte y adosada a la anterior por su parte trasera. Contiene el camarín de la Virgen de la Encina.
- Un pequeño habitáculo rectangular adosado a la estructura del crucero, donde se sitúa la escalera de acceso al camarín, en sillar de buena piedra.
- En el lateral derecho se encuentra adosada la sacristía que, como la gran casa de santeros, fue elevada con la bonanza económica de las primeras décadas del siglo XVIII, posiblemente durante el mismo periodo que el camarín y la ermita actual del vecino Jesús del Camino.
Con seguridad, la fundación del torreón a finales del XIV llevó parejo la edificación casi inmediata de una pequeña ermita bajo la advocación de la Virgen y a la corta sombra de una encina joven e impetuosa. Adosado a la estructura defensiva, quizá también fiscal –cobro de la roda-, y consagrando el lugar, un pequeño inmueble, con certeza en la línea de las pequeñas y achaparradas iglesias gótico mudéjares de una sola nave, cerraba en cubierta armada en par y nudillo. Los contrafuertes, embutidos en la nave, preñaban unas pequeñas capillas, germen de las actuales. La posterior elevación de la nave obligó a edificar estos dos rudos y corpulentos elementos del lateral siniestro, compensando así la nueva situación estructural
Puede que este relato sobre Santuario del Cabezo nos haga de "migajas" para llegar a buen puerto:
Suscribirse a:
Entradas (Atom)